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1 Y 57, EL ÚNICO TECHO

Una sirena incesante comenzó a sonar. Antes, había pitado un hombre vestido de negro. Todos gritaban, todos se abrazaban. Menos él, que estaba en las gradas y miraba atónito. Adentro, un puñado de muchachos en uniforme festejando en círculo, saltando. Afuera, eran replicados por muchos otros, pero que estaban vestidos distinto.

Desde que había subido los escalones, o tablones como escuchó que se hacían llamar, habían pasado 108 minutos. Ahora ya no gritaba eufórico como habían sido segundos antes, simplemente observaba. Creyó que lo había visto todo con lo que acababa de ocurrir, pero aún quedaba más por descubrir.

Había que salir del recinto porque en cualquier momento lo cerraban. Muchos, como él, no se querían ir. Pero no tenían otra opción. Bajó los tablones y cruzó la puerta de salida para llegar a la calle. Allí, el descontrol.

Solo tenía siete años. No reparaba mucho en el contexto y siempre entendió que en el espacio público había que comportarse. Sin embargo, esa avenida le mostró otra cosa. Debía estar llena de autos, pero estaba repleta de gente. Todos muy similares a los que estaban adentro. Es que claro, pensó, deben haber salido todos del mismo lugar, ese donde él había estado hacía un rato.

Siguió caminando, aunque fastidiado. No podía marchar al ritmo que quería porque la gente iba muy lenta, o simplemente no avanzaba. Cansado de no ver más allá porque la altura no se lo permitía, levantó la cabeza. Su mirada se cruzó con un tipo cualquiera sin remera y montado a un semáforo como jinete domando a su caballo. Aunque, en vez de tener el lazo que usan los gauchos, tenía una bandera enorme, blandida de aquí para allá, mientras cantaba lo que simulaba un grito de guerra.

Otro tipo que estaba abajo lo escuchó y decidió sumarse. A ese se le adhirió otro, y otro, y otro. Hasta que se formó un unísono que erizaba la piel. Él no pudo ser ajeno, porque ya comenzaba a sentirse a gusto, e imitó a todos. Definitivamente estaba contento. Estudiantes le había ganado 3 a 2 a Olimpo, con uno menos y con el tercer gol marcado en el segundo minuto de descuento, y se posicionaba como único líder a falta de cinco fechas del Torneo Apertura 2004. No fue el último partido que su equipo jugó ahí, pero sí la última vez que pudo ir él.

Esa misma sirena incesante de aquella vez volvió a sonar después de mucho tiempo. A decir verdad, nunca dejó de emitir sonido, pero durante 14 años, 2 meses y 10 días, lo hizo fuera de su casa. Y también él volvió a decir presente, junto con ese puñado de muchachos que aquella vez estaban vestidos todos distintos, y muchos más. Caminaron desde el estadio Ciudad de La Plata hacia el estadio Jorge Luis Hirschi, o UNO, o Tierra de Campeones, con su grito de guerra al unísono, demostrando que cumple sus sueños quien resiste y que, para toda esa gente, sólo existe un único techo: 1 y 57.

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