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Mostrando entradas de mayo, 2020

MOMENTOS DE INGENUIDAD

El fútbol no me puede faltar, nunca. ¿Por qué? Porque puedo ser quien quiera, como cuando una actriz o un actor entra al escenario. Seguro que desde lejos ven a un pibe que, con movimientos torpes y desincronizados, está pateando una pelota que rebota de acá para allá. Pero puedo asegurar que, en mi cabeza, en mi mundo ficticio, soy el mismísimo Messi. Ojo, si me desato los cordones de los botines o si uso zapatillas de correr y aún así logro hacer jueguitos, soy Maradona. Rene Houseman me dice que me baje las medias, o que me las saque, y que siga dándole a la pared a pesar de las protestas de los vecinos. Riquelme y Verón insisten en que frene la marcha, que me calme, que busque romper línea con un pase al espacio, ese que está entre la parrilla y el árbol, y que use la suela para aguantar la marca. A veces, pienso que soy más rápido que el viento y la tiro larga. Caniggia se me caga de risa. Juego hasta el cansancio. Hasta que no quiera jugar más, así puedo volver a empezar. M

SIGUE GIRANDO

Hay dos pibes en la platea, ambos con piluso puesto. Se miran entre ellos. No entienden. -¿Cómo puede ser que se esté retirando? -Qué se yo, amigo. Vos viste cómo son los jugadores, son como los artistas, están todos locos. Están viendo un partido de fútbol del barrio. Zona Sur, de rojo, contra Zona Norte, de blanco. El condimento del partido, además de ser el clásico, lo pone el 10 de colorado. El Travieso está jugando por última vez. Y la está rompiendo. Paredes con el 11, paredes con el 7. Asistencias que no terminan en gol porque el 9 llegó escabiado del baile. Pie fuerte acá, pie fuerte allá. No es lírico y mete como quien está jugando su último partido. Tiene la 10 porque se la dieron para la foto, pero a él le gusta la 6. Ese dorsal lo había heredado de su mejor amigo, el Narigón, que sabía cómo jugar estos partidos. De nieto, tenía el Narigón a Zona Norte. El que tiene la 10 pero le gusta la 6 es de los que piensan que el doble 5 no puede faltar en un eq

DE LUNES A LUNES

No puedo pensar en otra cosa. El tipo sigue y sigue, pero yo no puedo concentrarme. 21.30. —Pero la puta madre. Basta, ya está. Si ya no estás hablando sobre la materia, ¿por qué no tomás lista? Es tardísimo— pienso. Y el tipo sigue y sigue. 22.00. No aguanto más, me voy a ir. Mientras ese hombre divaga parado frente al pizarrón, certifico que todavía me queden faltas para usar. Me voy. Cuando tengo hambre, no puedo pensar en otra cosa que en comer. Media hora de changüí le di al muchacho este. Basta. Me voy a casa a cenar. Estoy volviendo en el tren. Es una noche fría, propio de un invierno que recién está comenzando, pero una campera liviana me basta para aguantar la baja temperatura. Empieza a gotear. La ventana del vagón me avisa que se viene una lluvia importante. Que no se largue. Parece que es un amague y nada más. La lluvia tiene la capacidad de ser tanto ese defensor que no se despega de su marca y no se va nunca, como ese enganche que te mues

EN EL LIMBO

     Algo de la vida, una olla y no sé cuántas cosas más es lo que nombra la canción que funciona de fondo. La guitarra suena tan nítida como el violín y la voz que la acompañan. Cualquier distraído podría decir que se trata de un artista callejero tocando sentado en la arena de la playa, pero la música proviene de un modesto parlante que amplifica a un celular.      El viento faltó y rompió con su asistencia perfecta. La felicidad, sin embargo, mantiene el presentismo. Desde el más chico hasta el más grande disfrutan del agua fría, que los saluda asomándose intermitente hasta los dedos de los pies. Con un poco más de confianza, visita la planta blanca que nunca vio el sol. Luego sigue hasta la altura de los tobillos, y un poco más. Hace calor, el sol ilumina como nunca y la playa está tranquila como siempre. Es enero, verano.      Como cuando te encontrás meneando la cabeza al ritmo de la melodía de una canción que sin darte cuenta se adentró en tu cuerpo para formar parte de tu