Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de julio, 2020

A DORMIR

—Papi. —¿Qué? —¿No estás ansioso? —¿Ansioso? No… ¿Por qué debería de estarlo? —Mañana es 15 de julio. —¡Ah! Sí, es verdad, me había olvidado. La verdad es que ya pasó tanto tiempo que no le presto mucha atención. —Y… ¿Es verdad? —¿Qué cosa? —Qué el abuelo no terminó de verlo. —Es verdad. Un silencio irrumpió en la habitación y dejó lugar solo a los ruidos de los juguetes siendo recogidos y ordenados después de un día de pura diversión. Entre ellos, una pelota de fútbol. —Papi, no lo puedo creer. —Cada uno pasa esos momentos como puede. Quizás, cuando seas más grande, lo vas a entender un poco mejor. —Contame de nuevo cómo fue que pasó. —Ya es tarde. Hay que ir a dormir y yo estoy cansado. ¿No te agotaste de tanto patear? —Sí. —Por eso, vamos a descansar. Mañana será otro día. —Pero mañana es 15. Me gusta cuando me contás esa historia, y justo mañana es el día del cuento. El padre se quedó pensando en ese día, sentado en un costado de la cama,

1 Y 57, EL ÚNICO TECHO

Una sirena incesante comenzó a sonar. Antes, había pitado un hombre vestido de negro. Todos gritaban, todos se abrazaban. Menos él, que estaba en las gradas y miraba atónito. Adentro, un puñado de muchachos en uniforme festejando en círculo, saltando. Afuera, eran replicados por muchos otros, pero que estaban vestidos distinto. Desde que había subido los escalones, o tablones como escuchó que se hacían llamar, habían pasado 108 minutos. Ahora ya no gritaba eufórico como habían sido segundos antes, simplemente observaba. Creyó que lo había visto todo con lo que acababa de ocurrir, pero aún quedaba más por descubrir. Había que salir del recinto porque en cualquier momento lo cerraban. Muchos, como él, no se querían ir. Pero no tenían otra opción. Bajó los tablones y cruzó la puerta de salida para llegar a la calle. Allí, el descontrol. Solo tenía siete años. No reparaba mucho en el contexto y siempre entendió que en el espacio público había que comportarse. Sin embargo, esa

DE JUGUETES PERDIDOS

El mate ya estaba listo y el primer trago, ese que se sabe más amargo que el resto, ya fue tomado. La leña, a su vez, también estaba lista y en posición para que los fósforos, una vez prendidos, le dieran la primera llama que inicie el fuego e inicie su ritual, ese que hace uno cuando se sienta al lado para mirarlo, mirarlo y mirarlo, como si se tratara de una hipnosis hecha por nadie. Cuando el hogar terminó de prenderse, me senté en el sillón que apuntaba directamente hacia él. Las brasas emanaban música propia, pero creí necesario poner una cortina de fondo como para acompañar. Me paré, prendí el parlante y arrancó. El modo aleatorio de mi lista de reproducción efectivamente fue aleatorio y me sorprendió con la primera canción. Nunca había sonado Juguetes Perdidos como primera opción. Subí el volumen y me volví a sentar. Esa suerte de tambor militar, pero con ritmo ralentizado, dio sus primeros golpes y las guitarras arrancaron a acompañarlo con sus acordes. Mientras menea