El starter pack de una banda de rock demanda un par
de cosas que son, dentro de todo, sencillas de conseguir: un bajo, una batería,
una o dos guitarras y una voz. La inclusión de coros viene en un apartado
especial, como así también pasa tanto con los teclados si te llamaras Carlos
Alberto García y te conocieran como Charly, como con los vientos. Esos paquetes
extras hicieron que la composición de una banda estándar deje de serlo para ser
algo un poco más complejo. Así fue como, por ejemplo, aquellos instrumentos que
antes eran marginados y excluidos dentro del género, después fueron aceptados.
A medida que el rock nacional fue mutando, surgieron bandas
como Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Así como Charly hizo que las octavas
sean excluyentes en sus interpretaciones e hizo que sus seguidores no solo se
amoldaran a que la melodía la interpretara un piano sino que provocó un gusto
particular por ese sonido percutido, Los Redondos hicieron lo mismo con el saxo
de Eduardo Guillermo Pantano Crook, Willy.
¿Por qué no podemos apartarnos de él o de Sergio Dawi, su sucesor, al momento de hablar de la exbanda de Carlos Alberto Solari (el Indio) y de Eduardo Federico Beilinson (Skay)? Por Oktubre, el álbum que fue publicado el 4 del mes homónimo de 1986. El disco, que se encuentra en el cuarto lugar de los 10 mejores del rock nacional según la revista Rolling Stone Argentina (La Nación), está conformado por nueve canciones. Ji Ji Ji, uno de los temas, fue el creador del autodenominado “pogo más grande del mundo”, de la mano de las dos partes del solo que, según la versión de estudio, es interpretada por la guitarra de Skay.
La particularidad radica en que, cuando Los Redondos tocaban en vivo, Beilinson solo interpretaba la segunda parte del solo. La primera, esa que desarma las rondas para que rompan en infinitos pogos o para que desaten el descontrol de la marea de gente, la hacía Crook con su saxo, en reemplazo de las cuerdas metálicas. ¿Cómo iban a cerrarle las puertas a este instrumento? De haber ocurrido, no solo no hubiese existido el júbilo que provoca en el público cuando comienza a sonar en lugar del solo de su par o cuando arranca su parte característica en La Bestia Pop mientras la gente corea “Vamo / Vamo lo’ redondo’ (x3)/ Vamo lo redó’”, sino que tampoco se hubiese podido pensar a Susanita, una canción que tiene un comienzo con el saxo irrumpiendo en un murmullo de bar y que suma casi cuatro millones de reproducciones en Spotify. Lobo Suelto es su álbum y fue publicado en 1993, cuando Dawi ya soplaba en la banda. Tan predominante fue, que el Indio, en un recital en Montevideo en 2005, pidió “tararear el riff” antes de que este comenzara, así como el público argentino acostumbra a hacer mientras suena el punteo de una guitarra.
El número que marca cuántas veces fue escuchado, de todas
formas, es anecdótico: Un Poco de Amor Francés, la canción que lidera el
top 5 de las más populares de la banda en la aplicación, suma casi 23 millones
y medio de reproducciones. Cuatro millones de visitas es un número al que no
les costó llegar. Como le pasó a Luzbelito y las Sirenas, la primera
canción del álbum Luzbelito, publicado en 1996: hasta la fecha fue visitada en
casi cinco millones de oportunidades. No por ese logro, sin embargo, fue que 23
años después los portales volvieron a hablar de ella. Resulta que un joven
artista de 21 años publicaba su primer álbum y, uno de los temas que lo
conformaban, se llamaba Luz Delito. Los Redondos no solo habían
influenciado al cantante para que decidiera la utilización de ese nombre, sino
que también habían incidido en la armonía: la base es un sampleo de Luzbelito
y las Sirenas.
La utilización de este recurso es algo usual dentro de los
artistas. Gustavo Cerati, por ejemplo, solía recurrir a esta herramienta para
la composición de sus canciones. Cuando agarraba la guitarra y punteaba los
agudos de Té Para Tres, tema con 11 millones de reproducciones en
Spotify, sampleaba a Cementerio Club, de Pescado Rabioso, una de las
bandas que formó Luis Alberto Spinetta. Por la misma senda, Marcelo Rodríguez, popularmente
conocido como Guillespi (trompetista), sampleó el riff de la guitarra de Post
Crucifixión, también de la exbanda del Flaco, en el recital que dio en 2009
en Club Ciudad mientras Paseo Inmortal, tema de Cerati como solista,
sonaba de fondo. Una suerte de lo que Crook o Dawi hacían con la primera parte
del solo de Skay en las versiones en vivo de Ji Ji Ji, cuando Los
Redondos aún estaban completos.
Sin embargo, la repercusión provino desde que aquellos acordes, que fueron utilizados en 1996 por la banda rockera, los había reciclado Valentín Oliva, Wos, un rapero que recitaba desde hace tiempo y que se hizo un espacio en los escenarios acompañado de su propio paquete de músicos.
El hijo de Alejandro Oliva, integrante del grupo de
percusión La Bomba de Tiempo, y de Maia Mónaco, cantante que suma cinco mil
oyentes mensuales y que, como su hijo, publicó una obra (Raíz) durante la
pandemia, formó parte de Los Mostacholis cuando tenía 13 años (a la par de
Renzo Montalbano, actual cantante de Gativideo, banda con 29 mil visitas), un
grupo de rock en la que él tocaba la batería y con la que hizo un cover
de Aquella Solitaria Vaca Cubana, de Los Redondos. Mientras no estaba
escudado por bombo, platillos, toms y redoblante, solía estar en una plaza
rapeando con sus pares. Generó sus propias rimas y consiguió que sus
improvisaciones tuvieran mayor éxito que la banda con la que tocaba: fue
campeón nacional de El Quinto Escalón en 2016 y para agosto de 2017, con 19, ya
era el ganador de la Batalla de los Gallos de Red Bull, realizada en el Luna
Park.
Entre sencillos y sencillos, y cuando todo parecía que iba a sacar un extended play (EP), Wos decidió ir más allá y el 4 de octubre de 2019, en el trigésimo tercer aniversario de Oktubre, sacó Caravana, un álbum compuesto por siete temas. Una de esas composiciones era, justamente, Luz Delito, producida por Facundo Yalve, más conocido como Evlay Beats, su guitarrista.
El sencillo de ese álbum que lo llevó a ser tendencia, tanto
en YouTube como en los medios, fue Canguro. Recolectó las suficientes
visitas y suscripciones como para conformar a su propio público, que lo
acompañó al Luna Park en diciembre de 2019. Aunque, para realizar un show
propio en el histórico estadio (que ya conocía por las competiciones de rap), tuvo
que sortear los obstáculos de los más desconfiados, esos que pregonan al buen
rock and roll, el que es rebelde y progresista pero que, cuando algo nuevo les
toca el hombro, decide no voltear.
No pudo haberlo hecho solo, claro. Ciro Martínez, ex Los
Piojos y actual líder de Ciro y Los Persas, lo había invitado a pisar el
escenario durante su show, realizado en el festival Mastai. Aunque no se trató
simplemente de un llamado para que pueda hacer presencia. Cuando Wos ingresó, Pistolas
ya había empezado a sonar. ¿Por qué apareció sin aviso? Porque su parte estaba
por comenzar: la base la marcó la batería, el estado de los acordes estuvo a
cargo del bajo y tuvo una compañía inusual para sus rimas, que fue la
característica armónica de Ciro, esa que supo interpretar al Himno Nacional en
varias oportunidades. El rapero, con todo el apoyo de Los Persas, hizo lo suyo
frente a miles de ojos y oídos piojosos. Al principio no lo
comprendieron a ninguno de los dos, pero la timidez se esfumó y la gente los
avaló con festejos cuando una nueva rima se concretaba.
Lo mismo sucedió en Cosquín Rock. Wos no solo rapeó para uno de los festivales más federales del país, sino que lo hizo en el escenario norte, el principal. Antes que él, habían tocado Los Gardelitos, con cientos de banderas flameando alrededor de la lengua del escenario. La grilla ya estaba escrita: después de ellos, y antes que La Vela Puerca, venía el pibe. Como el público más fiel al género ya lo sabía, los trapos se bajaron y habían comenzado con su retirada, quizás en protesta o quizás por falta de interés. No existe recital de rock sin esas telas que enuncian localidades o bandas que están por tocar o que no lo harán pero que son icónicas, como Callejeros. No obstante, de pronto y sin avisar, el sampleo de Luzbelito y las Sirenas comenzó a sonar y el éxodo se vio incrédulamente pausado.
Primero salió la bajista Natasha Iurcovich, así como
Gabriela Martínez viene haciendo en Las Pelotas desde 1993, con el pañuelo
verde tapándole la boca, la nariz y el cuello. Luego lo hizo Evlay Beats, el
encargado de que Wos pueda rapear con un sonido estrictamente rockero y quien lo
cumple tocando los debidos acordes en la guitarra. El look que lució, quien
también es su productor, fue de los modernos: corte taza más corto que el
original con los costados rapado a cero, el pelo teñido de verde en combinación
con el número 87 de la camiseta de Decker que llevaba puesta (jugador del
equipo New York Jets, de la NFL) y un bigote que cumple con el estereotipo
italiano. Atrás de todo yacía un piluso naranja chillón rodeado de platillos y
tambores: se trataba de Guillermo Salort, quien dependiendo el tema abriría su
hit-hat como si estuviera tocando con Metallica. Para complejizar el starter
pack, Francisco Azorai se encargaría de meter manos en los teclados y,
eventualmente, aparecería un saxo para tocar su parte de Fresco, otra de
las canciones de Caravana. Cuando terminaron con su show, y mientras los
uruguayos se preparaban para ingresar, unas cuantas banderas despidieron en
alto al pibe de 22 años.
Mateo Palacios, Trueno para la gente, es otro rapero y hace poco publicó su álbum, Atrevido, en el que Wos aparece a modo de colaboración en una canción. Sangría es la séptima en el disco y es el tema que los puso en boca de artistas porque, en una frase, rapean: “Si Diego pone el centro, Batistuta mete el gol / les guste o no les guste somo’ el nuevo rock and roll”. La rima retumbó de manera desatinada. La farándula la presentó en forma de debate y opinó sobre si lo que afirma es verdad o no. La frase envuelve, lógicamente como cualquier estrofa de una canción, una interpretación (o varias) a la que no se llegó ni se intentó llegar. Como si a Charly se le intentara explicar que la letra de Los Dinosaurios no tiene sentido porque estos desaparecieron hace un montón.
Más allá de que podría contemplarse por el lado cultural más
que musical, en el caso de la lírica de Sangría, el rap no busca
reemplazar al rock. Principalmente porque son dos géneros distintos que, por
tener características diferentes, no están dentro de la misma categoría. Sin
embargo, Valentín Oliva viene demostrando desde hace años que pueden
complementarse sin morir en el intento y que se le puede sacar mucho jugo si se
le presta la debida atención. “Si me encierro, me duermo. Quizás mañana quiera
rapear sobre una banda de jazz”, le contó entre risas a Paloma Navarro
Nicoletti, quien escribió la entrevista para Vice. Así como se le tuvo que
abrir la puerta al piano, a los coros y al saxo, también se lo tendrá que hacer
a las nuevas voces. Aunque, de una u otra forma y como el exdelantero de la
Selección Argentina, encontrarán el espacio.
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