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¿CÓMO PUEDE SER?


-Dale, che. Ponete a lavar que después se te hace tarde y lo dejás para mañana y nunca lo terminás haciendo.

Y sí. Para qué lo voy a negar ¿no?, si siempre termino haciendo lo mismo. Lo peor es que, al día siguiente, esos platos que tendrían que estar limpios, se juntan con los que se fueron usando durante la jornada y se termina haciendo una pirámide de utensilios todos sucios que avergonzaría a cualquiera. Bueno, las cosas hay que hacerlas porque, si no, “el que trabaja mal, trabaja dos veces”. Pongo la música y arranco.

Mi cabeza cada tanto se debe confundir porque no importa si estoy lavando los platos o me estoy bañando, ella siempre hace lo mismo en esas dos instancias, sin discriminarlas: piensa, piensa y piensa. ¡Pero ojo!, nunca se le cae una idea, ¿eh? Y eso me da una bronca descomunal a la vez que me sorprende, porque domingo tras domingo me doy cuenta de lo poco creativo que puedo llegar a ser.

Como mi cabeza es mi cabeza porque es mía y no de otro, yo la sigo sin discriminar, tal cual como hace ella: trato de pensar sobre qué carajo puedo escribir. “No le tengas miedo a una hoja en blanco”. Bronca, me tendrían que haber dicho. Bronca, no miedo. No le tengas bronca a una hoja en blanco. Lo trabajo, pero es muy difícil. Inevitablemente me agarra ese enojo. Es que ya agoté todos los temas que me interesan. ¿Fútbol? No, basta, no puedo ser tan monotemático. ¿Música? La verdad que ahora no tengo ganas. ¿La vida? No, basta también, por favor, me cansé de hacer analogías, pensar metáforas, utilizar enseñanzas. Quiero otra cosa, pero no logro saber qué.

¿Cómo no se me ocurre nada? ¿Cómo es que no tengo nada para contar? La otra cara de esta moneda es que, a veces, vuelvo a leer aquello que alguna vez puse en palabras y me río sorprendido porque muchas veces me olvido de lo que había dicho. Entonces me encuentro con una boludez enorme o con una muy buena idea que bien logré desarrollar a lo largo de todo el texto. Bueno, no sé. Voy a subir el volumen de la música y me pongo a lavar de una vez, porque si no, va a quedar para cualquier hora y mañana tengo que madrugar.

Pasa que mañana es lunes. No me pregunten por qué, pero me anoté a las ocho de la mañana de una materia que tengo que cursar en el culo del mundo. ¿A quién se le ocurre arrancar la semana despertándose a las seis de la mañana para ir a un aula? De todas maneras, una vez que paso ese momento, el día sigue solo. Después del mediodía, ya estoy en casa, listo para dormir la siesta de lunes. Decidí llamarla así porque me di cuenta que es distinta a la que hago los miércoles. Aunque esta semana no voy a poder hacerla.

Casi sin querer, quedé para ir a tomar algo con una piba con la que hablo de vez en cuando. Evito la conversación digital porque prefiero hablar con una cerveza en la mano, sentado en cualquier bar. Resulta que, en realidad, ella me vuelve loco. Salimos una, dos, tres veces. Por ahora, nunca me cansó. Me resulta una persona súper interesante. Sé que ella también sale con otra gente. Incluso creo que con más de la que imagino. Nunca la vi en esa situación igual, pero me da esa sensación por las cosas que dice y piensa, más su manera de ser. Eso me atrae un poco más, a decir verdad. Creo que estoy exactamente en la misma que ella, porque no me siento para nada atado a salir solamente con una chica. Que no se malinterprete, no hablo de relaciones abiertas ni poliamor ni nada relacionado a alguna ideología progre. Simplemente quiero seguir conociendo a otras personas, de manera simultánea, y luego formar, llegado el caso, algún tipo de vínculo. Igual que como me manejo con mis amistades.

De hecho, le dije de hacer algo el miércoles porque los jueves son mis días libres: estudio si tengo que estudiar, ordeno si tengo que ordenar, o no haga nada si no tengo nada para hacer. Por eso puedo organizar cualquier cosa para el día previo. Mi mitad de semana arranca con mi cursada facultativa, estudios posteriores en casa y a la noche, quizás, algún plan tranquilo e interesante, como el que ya tengo con esta piba. Luego, llegará el día más productivo. Entonces, el viernes. Esa es mi fórmula infalible para llegar fresco a un nuevo fin de semana.

El último día hábil es una fiesta para mí. Bah, en realidad, sería la previa de la fiesta, porque mis días sagrados son los sábados: hago únicamente lo que me gusta y me escapo sin culpa de la agobiante rutina. Y durante los viernes me preparo para eso. El inicio de la jornada le da la bienvenida a mi laburo, donde me quedo hasta las seis de la tarde. Después, hago lo que haya organizado antes: o descanso o busco algo para hacer, porque, a la noche, me junto con mis amigos. Para el de esta semana, preparé una salida con otra chica que conocí hace poco. Todavía no tengo la confianza como con la primera que mencioné, pero como decía, la idea es conocer personas distintas y diferentes. Por eso es importante estar en la misma sintonía y será por eso, entonces, que me llama más la atención la otra. Habrá que ver.

Cuando la previa termina, llega la fiesta. El sábado está ocupado desde la primera hora hasta la última. Todo el día es de acá para allá con la pelota. Siempre con amigos. No hago ninguna otra cosa y es el día de mi agenda que no puedo cambiar. De alguna manera, espero con ansias ese momento. Me gratifica hasta levantarme temprano por tener que jugar en la primera hora de la fecha del torneo. Cuando el partido termina, simplemente voy a donde van ellos, que terminemos en donde tengamos que terminar, no importa. Sábado a sábado es siempre lo mismo. Por eso, más allá de los resultados, es el día en el que menos sorpresas me llevo. Y aun así, es el más llamativo de todos.

Por último, como cualquier final de algo que empezó, el domingo. Tan cambiante como sensaciones percibidas durante ese último momento antes del cierre de la semana. Ojo, el lavado de platos, tampoco se cambia: de alguna manera quedé con esa asignatura de por vida en esta casa. Cuando me di cuenta, decidí sacarle jugo. Es cuando más pienso las cosas, cuando más medito y cuando más bronca me da. ¿Por qué? Porque simplemente no entiendo. ¿Cómo puede ser que no tenga nada, literalmente nada, para escribir?

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